La literatura sobre el modelo biopsicosocial es tan
abundante y ha sido un modelo tan debatido que, quizá, poco o nada puedo decir
nuevo que aporte argumentos a su favor o en contra. No obstante, me gustaría
trasladaros mi apuesta por este modelo sobre la base de mi experiencia
personal, de mis vivencias, de mis reflexiones y de mi propio debate interior
que, sin duda alguna, me lleva a pensar que, hoy por hoy, una Fisioterapia que se aparte de este
modelo es “menos Fisioterapia”.
Cuando iniciaba mis primeros pasos como profesional
de la Fisioterapia, un amigo médico me confesó que había sido diagnosticado de
una espondilitis anquilopoyética y que le habían recomendado Fisioterapia. En
mis inicios como profesional, disponíamos de poca bibliografía y pocos lugares donde
poder documentarnos (pensad que estoy hablando de finales de los 60). Este
amigo me informó de su preocupación sobre su futuro, futuro inmediato en el que
se iban a coincidir su profesión con su próxima boda, que incluso quería
posponer tras informarse de las importantes secuelas
que la enfermedad le podía dejar y, en fin, no quería engañar a nadie. Él había
entrado en un periodo de profunda tristeza (hoy llamada depresión) y sus
relaciones sociales habían prácticamente desaparecido. Solo tenía un pensamiento: su enfermedad y su futuro “sin expectativas”.
Le propuse que al día siguiente pasara por el
Hospital para hablar y, aquella misma tarde, me fui a la biblioteca a buscar toda
la información que pudiera. Una vez en el hospital, la puse en práctica y
valoré el cuadro, viendo que no era compatible el diagnóstico médico con la
sintomatología que presentaba…tan solo un dolor lumbar y una radiografía
rarísima para mí en la que desaparecía la articulación sacroilíaca. No se justificaba
el cuadro (entonces no había marcadores, ni RM, ni nada de eso que te ayudara a
complementar una exploración más exacta).
Lo realmente impactante de esta historia es que, cuando este amigo recibe la noticia de su
enfermedad y empieza a informarse sobre ella, lentamente se va metiendo en la enfermedad y somatiza
el cuadro de una forma impactante. En relativamente poco tiempo, la curva
lumbar había desaparecido, cifosando la zona dorsal, se pasaba todo el tiempo hablando
de dolores y mostraba limitación funcional en las rotaciones cervicales.
Caminaba con ligera flexión de rodillas, como si fuera un simio. Pero claro, cuando
se realizaba la valoración, nada de esto era justificable.
Me pareció oportuno comentar el caso
con mi profesor, Catedrático de Patología Quirúrgica de la Facultad de Medicina
de Sevilla. Mientras llegaba, y en una salita donde se hacían sesiones clínicas,
que estaba llena de profesionales, me atreví a colocar la RX que mi amigo había
traído y, sin dudar, todos confirmaron el diagnóstico de la enfermedad con pronósticos
fatalistas. La reacción de mi amigo, absolutamente impactado, fue flexionar aún
más el tronco y las manos, tanto, que casi le llegaban al suelo. Su cara ya no
era de tristeza, sino que adquiría un tinte azulado y yo pensaba que de un
momento a otro se caería al suelo.
Y entonces… “el milagro”. Apareció el profesor al que yo esperaba. Le
expliqué el diagnóstico, miró la radiografía y dijo:
-“¿Quién es el animal que ha dicho eso?”
Se hizo el silencio. Un silencio enorme. Y
continuando en dirección a su despacho, el profesor añadió:
- “¿Pero no ven que es una megaapófisis transversa
de L5 que está tapando la sutura sacroiliaca?”
Desapareció todo el mundo. Todos habían dado un
diagnóstico erróneo.
Me quedé solo con mi amigo y, después
de unos minutos, observé cómo lentamente
se enderezaba y su cara se tornaba sonriente, empezaba a aparecer su color
sonrosado, propio de sus orígenes extremeños y, poco a poco, la sonrisa ocupaba
toda su cara. Entonces, me dijo:
- “Vamos a tomarnos algo a ‘Casa Rogelio’, que estoy
más sano que una pera”.
Nos dimos un
abrazo acompañado de una frase contundente que es difícil olvidar: “Gracias Miguel, me has devuelto la vida”.
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Esta novelesca introducción ejemplifica cómo un problema somático, incluso inexistente,
genera un impacto tan tremendo en el paciente que lo desajusta hasta llevarlo a
una profunda depresión, con repercusiones laborales, sociales y con destrucción
de sus expectativas de futuro.
Desde luego, no ha sido el único caso en el que he
observado cómo una enfermedad arrastra otros problemas que tienen que ver con el
comportamiento y que influyen en la vida social y en el entorno, pero éste fue el primero y más
impactante que recuerdo. Tan impactante fue para mí, que me hizo pensar y
actuar, elaborando una encuesta para pacientes con problemas muy severos que
generaban gran dependencia. Los resultados fueron tremendos, identificando una
gran cantidad de desajustes, en muchos casos, incluso increíbles. De hecho, algún
que otro paciente se mostraba más preocupado del futuro de su familia que de recuperarse
físicamente.
Tras estas observaciones saqué la conclusión de que
mi intervención como fisioterapeuta era
algo más que preocuparme de un problema somático a resolver. Pronto me di
cuenta de que los pacientes, en el tiempo que les dedicaba, me trasferían sus
preocupaciones tanto sociales y laborales como sus desajustes psicológicos y yo,
en la medida de mis posibilidades, respondía con ciertas contratransferencias, desconociendo si éstas eran acertadas o no.
Reflexionando y haciendo autocrítica, me di cuenta que en nuestra labor diaria
manteníamos unas valiosas relaciones que compatibilizaban con una fisioterapia
humanizada.
Seguramente, esto nos pasa a todos en el día a día
y, quizá sin darnos cuenta hemos
desarrollado un talante profesional amable, esperanzador y tranquilizador ante
las angustias de nuestros pacientes. Estoy convencido que esta actitud
aporta al paciente seguridad y comodidad. No
existe, ni puede existir, un tratamiento de Fisioterapia al que no se le añada
la desdramatización del cuadro, que genere un alivio psicológico que
empiece a abrir las puertas de un proyecto de vida que en el marco social,
laboral, de relaciones y de entorno sea menos negro, sobre todo a medida que se
experimenta mejoría. Me atrevería a decir que se rompe la frialdad médico/paciente, a veces demasiado frecuente,
en donde se gestiona el diagnóstico y el tratamiento de forma rápida y, casi
nunca se aborda el pronóstico, y si se hace, es de pasada.
No sé si será un comentario frívolo, pero, ¿a quién
no le ha ocurrido que al tratar un proceso agudo de hombro el paciente te
traslada su preocupación de futuro, comentándote que iba los lunes y jueves a
jugar al pádel y que ya se iba acabar el deporte, las copas y la tertulia
posterior? ¿Y las noches en vela por el dolor nocturno que no lo dejaba dormir?
¿Y el bajo rendimiento laboral por la baja y, si trabajas, es un martirio y,
además, la espada de Damocles encima, ya que si no mejoras, al quirófano? Y de repente, llega el fisioterapeuta y le
dice: “nada hombre, esto se te va
poner bueno y vas a poder hacer tu vida normal”. De un tirón te has llevado por delante todas las preocupaciones
biopsicosociales que el paciente venía arrastrando.
En mi diario tengo anotada una apreciación que hacía
un viejo Profesor francés, y que todos conocéis, a una pregunta que le hacía
sobre este tema: “la Fisioterapia implica centrar la atención en el funcionamiento óptimo
del individuo como ser humano, por tanto, el fisioterapeuta se tiene que
preocupar en contribuir al mantenimiento de la salud, más que al trato de la
patología de un determinado subsistema orgánico, porque los pacientes
experimentan crisis sociales y psicológicas”. Palabras mágicas. El problema reside en que tenemos que saber
identificar esta enorme función que desarrollamos, asumiéndola e incorporándola
a nuestras competencias, como es inevitable que un tratamiento de fisioterapia
lo acompañemos con consejos, refuerzos educacionales, preventivos, etc.
En la práctica diaria tratamos muchos enfermos
crónicos, y es por todos conocido que muchas veces, esta cronicidad, es el
resultado de variadas causas como la psicológica, social, cultural o del
entorno. También sabemos que estos pacientes necesitan un abordaje desde la
medicina que responda a la complejidad de las múltiples causas que las originan
y, ya sabemos, que aquel profesional que, como un héroe, trataba de dar sólo
soluciones al problema biológico, ya no es suficiente, porque ese modelo
denominado biomédico es incompleto,
pues excluye todos estos factores que hemos apuntado y que modulan nuestro
comportamiento y nuestro estilo de vida.
Quizá he traído a un terreno simplista y práctico
el porqué debemos apoyar de forma decidida este modelo biopsicosocial en
cualquier ámbito de nuestra actividad profesional. No podemos, en el contacto
diario con nuestros pacientes, no escuchar, no observar que el problema
biológico viene acompañado de múltiples causas que lo producen al margen de lo
puramente biológico.
Soy consciente que este debate es viejo en el
ámbito de la medicina, aunque menos viejo en la Fisioterapia, pero los aficionados
a los clásicos saben que los griegos y los romanos ya discutían si desgajar o
no el cuerpo de la mente y si el problema del cuerpo tenía que afectar a la
mente o a su entorno. Estos debates también los tenían en las culturas
orientales. Viniéndonos ya a tiempos más cercanos, vemos como Freud ya les decía a los
médicos que miraran los factores psicológicos y no solo los físicos a la hora
enfocar los diagnósticos y tratamientos. No olvidemos que el modelo biopsicosocial se reconoce
en los entonces recién inaugurados Departamentos
de Rehabilitación entre los años 60 y 70, y se crean unidades de apoyo para
los pacientes complejos que cursaban con gran dependencia, en donde destaca la
presencia de trabajadores sociales, psiquiatras, incluso profesores de
Educación General Básica. Asimismo, la terapia ocupacional empezó a destacar en
estos pacientes. Es decir, antes que Engel en 1977, frente al paradigma
tradicional, propusiera un modelo (biopsicosocial) el cual “se apoya en la concepción
de que en todos los estadios del proceso salud-enfermedad coexisten factores
biológicos, psicológicos y sociales implicados. Tanto en lo que respecta a un estadio de salud como
en los diferentes niveles de enfermedad”, ya en un mundo cercano a nuestra disciplina como era
el concepto de rehabilitación se hablaba de trabajo en equipo y multidisciplinaridad,
porque las diferentes causas que acompañan a la enfermedad así lo requerían.
Personalmente,
tengo que reconocer que no he sido muy crítico con el modelo biomédico porque,
en su momento, aportó bastantes avances, sobre todo en el desarrollo del diagnóstico,
la farmacología y las técnicas quirúrgicas; pero quizá se ha puesto demasiado
acento en estos procedimientos, olvidando que ello debe acompañarse de un
enfoque preventivo. En mi humilde opinión,
no se debe desperdiciar este modelo que, sin duda alguna, generó gran número de
trascendentales avances, sino que, más
bien, lo que hay que hacer es añadirle otros aspectos sociales y psicológicos
que acompañan a la enfermedad y que obliga a su redefinición, dando paso a la
interdisciplinaridad, compartiendo así con otros profesionales los procesos de
salud-enfermedad para una mayor y mejor comprensión, abordando un concepto
integrador que apunte más certeramente a la mejora de la calidad de vida.